Construir hábitos nuevos de manera intencional ha sido un desafío grande para muchas personas. Sobre todo cuando se trata de mejorar nuestra salud física, estudio, productividad en el trabajo o emprendimiento. Y esto, tambien lo podemos aplicar cuando hablamos de las relaciones de amor libre entre personas adultas.

Cada vez hay más herramientas para trabajar en ello y nos moviliza a cambiarlos cuando nos inquietan ciertas situaciones, cuando algo no nos gusta.

Todas las personas tenemos hábitos ya adquiridos. Hablamos de esas cosas que hacemos en automático, que no requieren de ningún esfuerzo. ¿Pero…puedes identificar cuáles son? ¿Cuáles te benefician y cuáles te perjudican?
Yo por ejemplo, tengo el hábito de ofrecer escucha y un abrazo cuando veo a una persona expresar tristeza. Así es como le expreso empatía y compasión.

Ahora, ¿qué hábitos son beneficiosos en las relaciones de amor libre y basadas en la libertad?

Cuando las personas elegimos el poliamor y relacionarnos por fuera de lo que nos enseña la hegemonía, nos enfrentamos a ese cambio de paradigma, por lo tanto, la práctica implica el desarrollo de nuevos hábitos y costumbres diferentes.

En general noto que les ponemos atención a los hábitos que están relacionados con la comunicación, toma de decisiones, gestión de emociones y los comportamientos que aportan al cuidado de las necesidades de cada persona involucrada.

amor libre

Decir y escuchar: la clave en relaciones de amor libre

¡Comunicación asertiva ante todo! Esto es lo que digo cada vez que me preguntan como hacer para mantener relaciones libres. Jamás debe faltar la búsqueda constante de claridad en lo que comunicamos y la predisposición a la escucha activa (parte fundamental de la comunicación). Y cuando hablamos de amor libre, esto cobra aún más importancia.

El diálogo entre partes suele estar lleno de pedidos y ofrecimientos (que pueden ser aceptados o no). El resultado de esas conversaciones, si logramos que sean un hábito asertivo, tienen como resultado la construcción de acuerdos.

Algo clave de los acuerdos es que se negocian, requieren de información (no vale esconder datos relevantes), deben ser consensuados y flexibles.

Este tema da para largo y años de práctica. Te propongo que arranques por observar cómo es hoy tu comunicación.

Gestión de las emociones

Contemplemos que las emociones surgen a partir de un estímulo, que nos provoca sensaciones en el cuerpo y conecta determinados mecanismos que terminan (aunque ese no es el fin) en lo que “sentimos”. Llegar a identificar con claridad lo que sentimos ya es un gran logro. Luego ver qué comportamientos tenemos, wooow… Ahí sí que se puede poner bravo. Para poder “modificar” o poner paño frío en lo que sentimos, es mejor comenzar por cambiar nuestro comportamiento y/o pensamientos.

Tomemos el ejemplo de los celos. En el momento en que sientes celos, puedes llegar a reaccionar de manera pasiva (en silencio, juntando bronca o angustia por dentro y sin decir nada de lo que te pasa) o puede que saltes “como leche hervida”, reaccionando en contra de tu vínculo por el que tienes celos o sentir culpa por sentir celos y alejarte de esa persona para evitar hacerle daño.

Un nuevo hábito, sería ir hacia la “asertividad”, poder comunicar lo que siento y necesito sin agredir.

Cuidarnos, hacernos cargo (responsabilidad) de nuestras acciones y el impacto que tienen.

“Somos peligrosos cuando no somos conscientes de la responsabilidad por nuestro comportamiento, pensamientos y sentimientos.” (Marshall B. Rosenberg – 2006)

Comprometernos con el cuidado y ser responsables del impacto que generan nuestras palabras, acciones (incluso inacciones), no es una obligación, se trata de una elección. Parto de esta base porque escucho cuestionar estos conceptos, como algo contrario a la “libertad”.

En el ámbito de las relaciones éticas de amor libre, escuchamos últimamente hablar de “responsabilidad afectiva”. Tanto que se ha tergiversado y convertido en un arma de doble filo. Propongo que nos enfoquemos en el cuidado mutuo, en construir hábitos de colaboración para el cuidado propio y de quienes nos rodean.

relaciones libres

Soltar, sin atar a las personas, sin casarnos con nuestras expectativas.

Tal vez el más difícil, contemplando el mundo en el que vivimos. O quizás te resulte fácil porque es el motivo por el cual estás leyendo este artículo. Comprendes que las personas con las que te vinculas en tu vida no son tuyas. En el caso de que te esté costando, meditar puede ser un hábito clave para comprenderlo.

Cuando las relaciones cambian, o incluso la conformación relacional que estás poniendo en práctica es diferente a la que llevas hace años, es probable que ese contexto desajuste los hábitos.

Por ejemplo, comenzar a conocer una persona nueva genera cambios hormonales en nuestro cuerpo, que nos provocan el deseo de pasar más tiempo con esa persona nueva en nuestra vida. El día sigue teniendo 24 hs. Por lo tanto, si cumples tu deseo, es probable que estés pasando menos tiempo en otras cosas (o con otras personas).

¿Qué pasa cuando ese “menos tiempo” es el que pasabas con un vínculo previo? Esta situación es muy común. Un hábito que creo es valioso en estas situaciones es prestar atención, si se están descuidando la/s relación/s preexistentes, preguntar, cómo se siente, como podemos cuidarle/s, expresar nuestras ganas, etc. En definitiva, ofrecer cuidado.

hábitos en relaciones libres

¿Cómo incorporar hábitos nuevos?

Vamos uno por vez, paso a paso. Piensa ¿cuál es el primero que quieres hacer?

Puedes encontrarlo, viendo que es lo que más te inquieta, qué comportamientos están perjudicando o generando conflictos en tu/s relación/s. ¿En qué estás más “jodide”? Es algo personal, yo no te voy a decir por dónde comenzar.

Querer incorporar 17 hábitos a la vez es una receta para el fracaso. Pero si puedes identificar con cuál comenzar, algo simple, es probable que los siguientes sean más sencillos de sumar.

Cuando queremos incorporar un hábito a algo que sucede en particular. Por ejemplo: “si mi vecina pone la música a un volumen en el que yo la escuche, voy a escribirle para avisarle que me molesta”.

Encontrar una conexión que facilite o recuerde que estás trabajando en ese hábito.

Por ejemplo, con anclas (disparadores): alarma, un anillo, un adorno, un cartel con una frase, el fondo de pantalla del celular, dejar algo que necesito para hacerlo a mano o un hábito ya existente al cual asociarlo.

Como bonus track:

Pensar el resultado a largo plazo, el “para qué estoy haciendo este cambio” y tener un espacio de autor reflexión, repasando lo que haré. “¿Qué voy a hacer en X situación? Tal acción.”

No existe un determinado tiempo que necesitemos para hacer que un hábito se incorpore. Se dice que tardamos 90 días, pero la realidad es que puede variar de 18 a 254 días.

¡A no desesperar y si conectar con tus motivos!